No entiendo las tristezas tontas



Y no hablo de las grandes angustias que nos ofrece la vida (esas las entiendo, las respeto y las transito), sino de esos momentos amargos causados por cosas que no valen la pena, pero nos apenan.


Son tristezas incomodas, e incluso nos da culpa contarlas. Nacen chiquitas, pero se ponen gordas, te embargan desde el pecho y te aprietan la garganta desde adentro. Son esas a las que no queremos dar lugar, pero se empeñan en invadirlo todo.

Esas que no te dejan pensar, que no te dejan seguir, pero tampoco te dejan llorar y se quedan en los lagrimales sin poder mover nada. Te dejan trabado en una situación tensa que puede salir para cualquier lado. Te amontonan el alma hasta hacerla un bollito y no hay forma de tironear los músculos de la boca para convertirlos en sonrisa (aunque busquemos argumentos)

Son tristezas agudas que no te dejan ni estar triste, solo te congelan. Son causadas por los pequeños infiernitos cotidianos que racionalmente sabemos que no valen la pena, pero emocionalmente nos destruyen un ratito.

Son tristezas que no elegimos y batallamos por minimizar y más se quedan, y las queremos correr, pero ahí se quedan y las queremos superar pero no se puede.

Son tristezas egocéntricas que no se corren del primer plano, aunque no les dé el talle, que no se mueven del lugar que nadie les dio y ahí se plantan… quizás solo para demostrarnos con una risa socarrona nuestra insoslayable humanidad.


No entiendo las tristezas tontas, solo espero a que se vayan.



No entiendo a los mosquitos



Vuelve el calor y vuelven los mosquitos. Pero…. ¿de dónde vuelven? ¿Dónde estaban? ¿Dónde se esconden? ¿A dónde se mudan durante el invierno los mosquitos? ¡No lo entiendo!

 Científicamente se llaman culícidos, pero por esta zona les decimos simplemente mosquitos, aunque en muy poco se parece a las mosquitas, que es el diminutivo casi nada extendido de las moscas, que ni pican ni son tan delgadas, pero parece que para nombrarlos, no nos resultaron trascendentes estas diferencias.


Si nos resulta trascendente la diferencia entre el macho y la hembra; Los machos, se alimentan de néctar, savia y frutas, que son ricos en azúcares. El mosquito hembra necesita de la sangre de los vertebrados para poner huevos y producir más mosquitos. Por eso, las picaduras de los mosquitos las realizan únicamente las hembras, que toman de nuestra sangre las proteínas necesarias para que sus huevos resulten fértiles. 


Se encuentran en todas partes del mundo y existen miles de clases de diferentes tamaños y colores. Pero no termino de entenderlos.

No entiendo que hacen esos pequeños vampiritos estivales durante el inviernoNo entiendo porque esos vulnerables bichitos parecen disfrutar el perfume de los espirales que enciendo para invitarlos a retirarse de mi proximidad.No entiendo porque en el silencio de la noche, esos voladores insectitos, necesitan hacer un sonido intracerebral al volar.

Son bichitos cuyo rol en el ecosistema es tan dudoso, que no los entiendo.



No entiendo a noviembre (2)



Hace unos días, escribí sobre noviembre, y no escribí nada de sus muchas lluvias, esas lluvias terribles en las que el cielo se cae y la ciudad se estremece. Las lluvias de noviembre son perfectas. Les saqué montañas de fotos, las miré de atrás de montones de ventanas, las habité en infinidad de situaciones y cuando escribí sobre noviembre, no las nombré.


Después encontré un papelito de hace un par de años en el que ya había escrito algo sobre noviembre... bastante parecido al que escribí hace algunas semanas… tampoco hablaba de la lluvia, pero si de sus flores lila, y esas si que son bien noviembre.

Para no ser ingrata con mi pluma del pasado (del año pasado o de hace algunos más…. no sé... no tenía fecha), a continuación otra mini oda a un mes clave, que parece que ya me había hecho pensar en otro momento.

Es noviembre. Se nota.
Se nota en las caras de preocupación de la gente que camina en la vereda. Es noviembre en el peinado revuelto de los estudiantes que palpitan sus exámenes. Es noviembre para las viudas que empiezan a pensar que otra vez llegan las fiestas y no está el amor de sus vidas para brindar.
Llega noviembre y la gente está muy preocupada por preocuparse, por entristecerse, por pasarla mal.
Es noviembre y todos están apurados, todos tienen cosas que cerrar, que entregar, que ordenar, porque ya casi se termina el año y parece que el que viene tiene mucho para dar, o por lo menos eso le van a exigir.
En noviembre todos corren y como es noviembre nadie los ve, sin embargo, ahí están, en su mejor momento y haciendo un show que parece que nadie quiere ver, están los jacarandás completamente en flor.
Muchos de ellos pasaron el invierno escondidos, plantaditos en parques y veredas, camuflados con otros árboles, con sus troncos gastados y retorcidos y pocas hojas.
Pero llegó noviembre y ahí están; violeteando la ciudad y regalando flores al viento que las menea y las acomoda formando alfombritas color lavanda.
Están hermosas, pero con la humildad de los grandes, sin ningún tipo de soberbia, enfloraditos como si nada. Pero es noviembre y difícilmente alguien les dé una palabra de gratitud, porque es noviembre y la gente está muy ocupada y preocupada como para mirar flores y ver cómo cambia la ciudad por unos días. En noviembre, cuando el jacarandá hace su show, los espectadores están muy apurados y no se pueden parar a mirar,  y ahí están, más lindos que nunca, tan nobles como siempre.



No entiendo a noviembre, y parece que hace rato me invita a pensar.





No entiendo a María Elena Walsh



Me encanta escuchar sus canciones, leer sus cuentos, repasar su maravillosa obra. María Elena es uno de los iconos de mi vida (aunque casi escribo “de mi infancia”, no sería justo… trasciende ese pedacito y la abarca toda).

Cuentos como “La Plapla", o “Morrongato del zapato”, canciones como “El twist de Mono Liso” o “La reina Batata”, “La canción de tomar el té” o “Don Enrique del Meñique”, me llevaron de la mano en mis primeros años, pero ya más grandecita, “Un elefante ocupa mucho espacio”, como cuento y “La cigarra” o “El país de NoMeAcuerdo” como canciones me hicieron pensarla desde otra mirada, más centrada en la historia nacional, en las desgracias de mi tierra y las prohibiciones de sus obras en los años oscuros de mi Argentina.

Sin embargo, aunque tuve tortugas toda mi vida y la canción de “Manuelita” me llegara entrañablemente, una canción que me acompañaba mucho era la “Canción del Jacarandá”…


Este árbol significa mucho para mi… es uno de los primeros a los que le aprendí el nombre y en mi imaginario actual, me remite a la puerta de la casa de mi abuela Isabel, a juntar florcitas del suelo mientras mis papás se despedían de ella y mis tíos. 
Durante años, el único jacarandá que podía identificar era el de la puerta de la casa de mi abuela. Y durante muchos años, ver esas florcitas aparecer en noviembre evocó su recuerdo nítido y cotidiano, tan simple como aquellas flores que nadie esquivaba pisar.



De todas formas, no comparto la mirada de mi autora querida… no termino de entender si lo suyo fue exceso de patriotismo, pero no puedo ver como ella que este árbol proporcione 
“…una flor y otra flor celeste…” 
No puedo evitar ver las flores de un incuestionable color lila! 

No entiendo porque María Elena ve posible hacer escarapelas con las flores del Jacarandá.






No entiendo como no disfrutar la lluvia





La magia empieza en un momento simple.

Tímidas se aventuran las primeras gotas. Las aves buscan refugio, las señoras protegen sus peinados, los hombres apuran el paso, las calles comienzan a vaciarse de gente. Ya alguien se preguntó ¿A dónde va la gente cuando llueve?

Rápido las gotas aplastadas contra el suelo se multiplican y sus siluetas se amalgaman, comienzan a superponerse y al cabo de un rato ya son charquitos que algún niño buscará pisar, esquivando la mirada tensa de su preocupada madre que vaticina antibióticos en lugar de unirse a la propuesta y chapotear. Chapotear es un precioso verbo. Hay que usarlo más, tiene una sonoridad poderosa.


La luz corta al medio el cielo y el ruido a lo lejos suena como un mármol quebrándose en la distancia irrumpiendo en el silencio. La sinfonía alterna golpeteos de gotas gordas, rítmicas, contra el suelo y desafinados acordes bochincheros a cargo del viento.

Estando en casa, invita a la relajación….
En la oficina, fomenta la concentración….
En la vía pública, propone diversión…

Es una obligación buscar alguna ventana y suspirar. Es una obligación lograr el silencio para que la lluvia haga eco en el aire. Incluso ver el gesto romántico del gato junto a la ventana es otra obligación.
Un libro, un pensamiento, un momento de redacción, todo eso es maravilloso con la compañía de la lluvia.

Todo es mejor cuando la lluvia se hace presente. En el día con los brillos del sol, en la noche con el enigma visual de potenciar el resto de los sentidos y el volumen de la rutina reducido al servicio de la melodía emergente. En todo momento con las mutaciones cromáticas del cielo; el espectáculo se torna irrenunciable.

Las energías se equilibran, la vida pasa en cámara lenta. Las personas, los paraguas, las siluetas en las ventanas y la voz de Cortázar narrando “El aplastamiento de las gotas”. El agua es bella, es mágica, es maravillosa. 
El agua es vida.


No entiendo como no disfrutar la lluvia. 




No entiendo el efecto hipnótico del fuego


Pero lo disfruto, lo celebro y me dejo llevar.

¿Buscan formas en las llamas? Es una actividad verdaderamente fabulosa.
Formas en las llamas, formas en el humo, formas en los leños mutando al calor.
El asado del domingo, la fogata del campamento, el hogar en invierno, e incluso las velas de una noche de apagón son invitaciones a jugar con las formas efímeras imposibles de retener.

Un hueco en el leño, formas de humo que lo atraviesan y muchas posibles interpretaciones 
Dibujitos en movimiento, figuritas bailarinas, siluetas y reflejos termoformados en el aire para quien tenga ganas de descifrarlos y dejarse llevar. Hubo quienes los interpretaron, habrá quienes busquen capturarlos en fotos, pero lo mejor es mirar como nacen y se retuercen, como van y vienen con el viento y sin él.

¿Un mate? ¿Una guitarra? ¿Un caldero?
Desde tiempos ancestrales el fuego ha sido parte constitutiva de la vida del ser humano, marcó un antes y un después, su descubrimiento constituye el momento bisagra de la humanidad, y hoy a tantos años de aquel hecho, sigue siendo totalmente fascinante convivir un ratito con él, con su  abrazo, con su luz, con su polisemia y sus nostalgias. 
El fuego, en cualquier tamaño, versión o formato, hipnotiza.

Mirar sin ver… mirar a través, mirar solo, mirar de a dos, mirar en grupo de amigos, mirar en familia. El fuego resignifica momentos y nos hace cercanos. Todos tenemos el recuerdo de algún momento con fuego.


No entiendo como dejar de mirar los dibujitos que se hacen en y con el fuego.



No entiendo como no amar el transporte público (3)



Me levanté tranquila para ir caminando con tiempo, pero… algo hizo que de todas formas se me hiciera tarde y tuve que apelar al costoso recurso de tomar un taxi… me gustan los taxis, pero estoy intentando no gastar el 90% de mis ingresos en sus honorarios. No tuve opción, la vida me arrastraba a las fauces de un taxista (o a pagar el alimento que sus fauces digieren a diario).

Levanté la mano ante la luz roja con la palabra “libre”, apenas me subo y lo siento ¡viene fumando!, me llamo a la templanza y trato de no enojarme, es temprano… no da empezar el día con quejas. Le digo donde voy, me hace un chistecito sexista, sonrío como si hubiera sido gracioso, o por lo menos eso intento.

Veníamos mal, pero el viaje finalmente valió la pena; la charla emerge y a las pocas cuadras lo dice; “te voy a contar algo, que te juro que es verdad”, lo que sigue es su historia, pocas pruebas tengo de la verosimilitud del relato, solo me dejé llevar por el guión y logré encontrar un lindo momento en la calidez de la confidencia.


La historia de Néstor

Según relata, el año pasado (2014) tenía muchas ganas de viajar a Brasil a ver la semi final de Argentina con Holanda, aquel partido que nuestra selección ganó y desembocó en la final que le valió la derrota ante Alemania. Con estas ganas y mucha certeza de que era la forma de viajar, fue a jugar cien pesos a la quiniela. Su plan era simple; jugar, ganar y viajar.

Una tarde de frío, lo detiene una pasajera que tiene que ir lejos, al parecer el frío hace que ella decida invertir en el servicio de taxi para no esperar el colectivo, se la escucha contrariada y le cuenta al taxista que quiere ir a Brasil a ver la semifinal del mundial de fútbol, pero ninguna de sus amigas está interesada en acompañarla. Néstor propone: “Si me gano la quiniela nos vamos a ver el mundial, flaca”. Y ella acepta “Tachero te tomo la palabra!” Se desvían en el recorrido y van juntos a conocer el resultado de la casa de juegos. Néstor, el taxista,  se ganó $50.000
Cuando ante la sorpresa él le dice que le paga el viaje, ella le invita un café. Comparten una larguísima charla y se conocen un poco más… ella está por recibirse de psicóloga, tiene un buen trabajo y vive con sus padres. Él le pide que lo acompañe a ver si podía cobrar el monto ese día y con lo que le pagan se van juntos a la empresa de turismo. Pasaje en mano, Néstor averigua “¿Tenes parrilla en tu casa?”
La noche termina de asado en la casa de ella y esa madrugada el taxista comía pastelitos con los padres de su pasajera. Como despedida, de una increíble jornada, el conductor recibe un "piquito" de quien fue su compañera de viaje en aquel sueño que se concretó una semana en Brasil y es actualmente su novia.


No entiendo como no amar el transporte público… y, seguramente, ella lo entiende menos que yo.



No entiendo por qué solo pierdo teléfonos




Analistas abstenerse, pero hoy estoy catártica y autorreferencial, y no quiero hablar de las grandes incoherencias de la vida cotidiana, sino de una gran coherencia interna que mi inconsciente tiene para mí (¿Para quién más?).

Nunca pierdo nada, no soy una persona esencialmente distraída y odio a quienes se enrolan tras el rotulo de “colgados” (odio, posta). No soy de dejar los paraguas olvidados cuando deja de llover, no tengo abrigos huérfanos en los percheros de mis amigos, siempre sé dónde están mis llaves, jamás extravío biromes, guantes, lentes de sol ni nada, nada, pero nada.
Sin embargo, y no puedo dejar de verlo sospechoso, en el último año perdí tres teléfonos… ¿cómo lo explico? Necesito libertad, no estar siempre a disposición y sospecho que el cosmos toma por mí las decisiones a las que no me animo (enero 2015 me lo dejó clarísimo… pero es otro capítulo).

Extraño las épocas en que estas cabinas eran para mucho más que sacar fotos nostálgicas.

No me gusta sonar como la insoportable optimista que están pensando que soy, pero cada vez que estos pequeños apocalipsis urbanos se suceden, algo en mi sabe que es una  temporal liberación.


No entiendo por qué solo pierdo teléfonos, pero me lo imagino y no me resisto.





No entiendo a noviembre (1)




Cuello crocante, tortícolis postural, contractura intelectualoide, todo parece confirmar la llegada de noviembre.


Incluso el calor indeciso y las veredas floreadas con estampado de jacarandá...
Los primeros dedos de los pies al aire y el retorno de las rodillas a la vista...
Sin dudas es noviembre, lo comprueba el paso atlético de los peatones en el centro y la excesiva contaminación sonora del tránsito.
Noviembre en el reclamo de la lista de objetivos que vocifera carencia de logros y noviembre en la resignación de quienes cuentan monedas con las carencias de siempre.
Noviembre en los patios de las escuelas que se ponen melancólicas de egresos y noviembrísimos los pasillos de las universidades que se aproximan a sus días más tensos.
Noviembre de navidad precoz en las vidrieras y gustito a cuenta regresiva contra el paladar.
Noviembre de balances y promesas, de expectativas también.
Noviembre cuando me levanto y más noviembre a la hora de dormir.


Pocos meses tan estridentes y petulantes como noviembre. Y sin embargo, no puedo dejar de quererlo.


No entiendo a noviembre… pero lo saboreo intensamente