No entiendo la apología del aislamiento



Y nótese que no estoy poniendo en tela de juicio la existencia de esta conducta. No entiendo los cuantiosos esfuerzos que hace la gente por no estar con otra gente.
Desde que las mamás nos enseñaron a no hablar con extraños hasta la proliferación de barrios privados, todo eso me parece medio terrible.
Los seres humanos somos gregarios por naturaleza y aprendemos en medio de las experiencias que ligamos  a la grupalidad… sin embargo, el Otro en nuestras sociedades capitalistas, molesta.

Hay una sobrevaloración del espacio privado y un desprestigio inmerecido al desconocido, al vecino, al que no sé cómo se llama, ni quien es, pero debe ser malo, y por las dudas voy a mantener la distancia y quedarme a salvo de sus casi seguras malas intenciones para conmigo.



De esa manera, es mejor tener una casa con pileta de lona que caer a un club y tener que compartir las instalaciones con cientos de fulanos y sus respectivas pestes y riesgos; la mía es más chica, pero es exclusiva, mía, no la comparto. Entonces comenzamos a blindarnos. A tener a escala todo lo que hay en una ciudad, pero para el circulito con el que decido relacionarme.

Y así como las ciudades tienen policía, yo tengo vigilador en mi edificio. Las ciudades tienen clubes, yo tengo club house en mi barrio privado. Las ciudades tienen Concejo Deliberante, yo armo una reunión de consorcio. Las ciudades tienen escuelas, yo pago maestros particulares. Las ciudades tienen comercios, yo compro desde casa por internet. Las ciudades tienen iglesias, yo prendo velitas a los santos de casa. Las ciudades tienen plazas, yo compro hamacas y toboganes para que mis hijos jueguen en mi patio. Y así…. todo lo que el espacio público tenga para compartir, yo lo quiero para mí. El aro de básquet del club está alto… el de casa es más bajito, pero es mio, y no espero turno y no tengo horario. Es de plástico y se cae, pero no lo usa nadie más que yo. Lo increíblemente social del pool, o del metegol, ahora está en casa… y de que sirve trabar el arco para que no se vaya la pelotita, si ahora puedo jugar el tiempo que yo quiera. Hay algo de la mística que se perdió. O la mismísima mística, se privatizó.

De esto se trata la apología del aislamiento. El cine tiene una pantalla enorme y un sonido increíble, pero el cine en casa me evita estar con otros durante la película, por eso, el mercado me prepara un gran precio para que yo decida hacer la mía, lejos de los que me molestan, me preocupan o me hacen compañía.


Así, crecen nuestros chicos, así, sin abrir la puerta para ir a jugar. Así crecemos nosotros, haciendo de lo público el lugar del que hay que huir. Así nos aterra cruzarnos con otros seres, nos cuesta vincularnos en la diversidad y nos paraliza el riesgo de caminar entre dos puntos de nuestra sacrosantarutina. Entonces nos emburbujamos en autos que nos llevan de un lugar al otro, haciendo que en el medio, entre el garaje de casa y el garaje de la casa de un amigo, no corramos riesgos innecesarios (¡un asco estar con Otros arriba de un colectivo!). Porque en la calle, nunca se sabe, ¿viste?, está jodida la mano, ya no es como era antes.

No entiendo, no creo que sepan lo mucho que se están perdiendo en esa soledad.


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