No entiendo como no disfrutar la lluvia





La magia empieza en un momento simple.

Tímidas se aventuran las primeras gotas. Las aves buscan refugio, las señoras protegen sus peinados, los hombres apuran el paso, las calles comienzan a vaciarse de gente. Ya alguien se preguntó ¿A dónde va la gente cuando llueve?

Rápido las gotas aplastadas contra el suelo se multiplican y sus siluetas se amalgaman, comienzan a superponerse y al cabo de un rato ya son charquitos que algún niño buscará pisar, esquivando la mirada tensa de su preocupada madre que vaticina antibióticos en lugar de unirse a la propuesta y chapotear. Chapotear es un precioso verbo. Hay que usarlo más, tiene una sonoridad poderosa.


La luz corta al medio el cielo y el ruido a lo lejos suena como un mármol quebrándose en la distancia irrumpiendo en el silencio. La sinfonía alterna golpeteos de gotas gordas, rítmicas, contra el suelo y desafinados acordes bochincheros a cargo del viento.

Estando en casa, invita a la relajación….
En la oficina, fomenta la concentración….
En la vía pública, propone diversión…

Es una obligación buscar alguna ventana y suspirar. Es una obligación lograr el silencio para que la lluvia haga eco en el aire. Incluso ver el gesto romántico del gato junto a la ventana es otra obligación.
Un libro, un pensamiento, un momento de redacción, todo eso es maravilloso con la compañía de la lluvia.

Todo es mejor cuando la lluvia se hace presente. En el día con los brillos del sol, en la noche con el enigma visual de potenciar el resto de los sentidos y el volumen de la rutina reducido al servicio de la melodía emergente. En todo momento con las mutaciones cromáticas del cielo; el espectáculo se torna irrenunciable.

Las energías se equilibran, la vida pasa en cámara lenta. Las personas, los paraguas, las siluetas en las ventanas y la voz de Cortázar narrando “El aplastamiento de las gotas”. El agua es bella, es mágica, es maravillosa. 
El agua es vida.


No entiendo como no disfrutar la lluvia. 




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