No entiendo las tristezas tontas



Y no hablo de las grandes angustias que nos ofrece la vida (esas las entiendo, las respeto y las transito), sino de esos momentos amargos causados por cosas que no valen la pena, pero nos apenan.


Son tristezas incomodas, e incluso nos da culpa contarlas. Nacen chiquitas, pero se ponen gordas, te embargan desde el pecho y te aprietan la garganta desde adentro. Son esas a las que no queremos dar lugar, pero se empeñan en invadirlo todo.

Esas que no te dejan pensar, que no te dejan seguir, pero tampoco te dejan llorar y se quedan en los lagrimales sin poder mover nada. Te dejan trabado en una situación tensa que puede salir para cualquier lado. Te amontonan el alma hasta hacerla un bollito y no hay forma de tironear los músculos de la boca para convertirlos en sonrisa (aunque busquemos argumentos)

Son tristezas agudas que no te dejan ni estar triste, solo te congelan. Son causadas por los pequeños infiernitos cotidianos que racionalmente sabemos que no valen la pena, pero emocionalmente nos destruyen un ratito.

Son tristezas que no elegimos y batallamos por minimizar y más se quedan, y las queremos correr, pero ahí se quedan y las queremos superar pero no se puede.

Son tristezas egocéntricas que no se corren del primer plano, aunque no les dé el talle, que no se mueven del lugar que nadie les dio y ahí se plantan… quizás solo para demostrarnos con una risa socarrona nuestra insoslayable humanidad.


No entiendo las tristezas tontas, solo espero a que se vayan.



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