No entiendo - Diario de encierro #19 - Momento crisálida



Qué hacer cuando mucho no se puede hacer…. (hoy, una mirada optimista!)

Trabajar desde casa está muy lejos de ser un sueño o algo simple de compatibilizar con dos nenas pequeñas upa. Estar en casa, es estar con ellas, porque viven acá, porque no hay jardín, porque no hay chance de que conciban mi ausencia en plena presencia.


Trabajar en casa
Trabajar en casa


Sin embargo, aunque virtualizar la rutina laboral no fue fácil, lo hicimos (con cada uno de mis equipos, con esfuerzo, con amor, con creatividad, con resiliencia...) y lleva más tiempo que el año pasado. Todo es más lento, requiere nuevos aprendizajes tecnológicos, nuevas cadencias, nuevos silencios y muchas preguntas. Pero trabajamos. Con un poco de buena voluntad (y ganas de encontrar algo bueno entre tanta cosa no positiva), como miembro de varios equipos de trabajo, me encontré con la versatilidad de la corporalidad. Ya no había que tener presente el tiempo de traslado en ningún caso, ni la sincronicidad en la mayoría de los momentos. Entonces, ese aspecto del tiempo, empezó a rendir más.

El teletrabajo tiene sus límites, y cuando logré acomodar mi tiempo, descubrí que podía adelantar clases, compartir reuniones, acelerar mi tesis, guiar tesistas y retomar hobbies… de repente el mundo entero se volvió lienzo en blanco, porque cuando se abriera mi puerta, no íbamos a salir igual que como entramos y yo tenía todas las herramientas para empezar a garabatear quien quería ser (como siempre, igual, pero distinto).

El momento crisálida en su máximo esplendor.

Estar en casa sirve para mirarnos, para conocernos y para pensarnos. En ese pensarnos, anida un rediseñarnos. Y ese rediseño, como tarea cúspide del inmerecido proceso de cuarentena, solo puede ser el motivo de alegría, de colorear las alas de la mariposa que está por volar.

Como todas las cuarentenas, en casa también se comenzó con aprovechar el tiempo para ordenar cajones, estantes, cajas, bolsas y en ese proceso, revolotearon fantasmas de proyectos abandonados que esperaban estos movimientos para volver  a flotar en el aire.

Con nostalgia y mucho respeto, fui haciendo lugar al reclamo de los fantasmas de mis otras vidas. En algunos casos para archivarlos desde el amor, pero en otros con la duda latente de su inexplorado potencial. De esta manera, mi lista de pendientes crecía cada día y los check list se multiplicaban junto a mails y mensajitos a potenciales compañeros de ruta para cada uno.

Con más tiempo, el encierro nos fue aplacando la adrenalina a todos y muchos de esos fantasmas de proyectos aún atractivos, se fueron a dormir a nuevas cajas, prolijas carpetas, o renovados rincones a la espera de la siguiente oportunidad.

Sin embargo, como ejercicio constante, retomar hábitos creativos, volver a rutinas de redacción de proyectos, sistematizar materiales, apuntes, objetos, ideas…  sumar conocimientos, asistir a charlas y formaciones virtuales, leer artículos, libros, apuntes y narraciones de experiencias ajenas, sigue siendo maravilloso y un lindo momento puertas adentro.

Y ahí sigo… aprovechando los momentos de interiores para preparar el despliegue de mundo exterior.

No entiendo si es tan bueno como lo pinto, o si solo necesito dibujarme un éxito en medio de un año planetariamente complejo de ponderar


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