No entiendo – Diario de encierro #7 Gratitud



Profesar gratitud

Muchas veces lo leí, lo escuche y hasta creo que lo dije. Es importante no estar parado en la carencia. Suelo recomendar ver la otra parte de la ausencia, pero no estoy segura  de haberlo escrito y no sé si lo voy a hacer con la fuerza que lo siento.
Hace tres semanas que no salgo y de alguna manera siento que podría pasar la vida así, es cierto que me falta el contacto 3D con los afectos, me faltan los paseos y extraño lo público, pero en los diez años que llevo viviendo en esta  casa, con mucho esfuerzo y siempre sintiendo que no estaba lista, le pusimos  mucha impronta personal y alguito de funcionalidad que hacen que hoy podamos habitarla cómodos.
Se me ocurren muchas cosas que cambiar, mejorar, agregar, pero plantada en la consigna; agradezco.

Agradezco ese patio chiquito, incompleto y feucho, el lugar de la casa al que todavía no le invitamos los merecidos albañiles y se ocupó de darnos el oxígeno necesario y el desmadre controlado, en el jugamos con tizas, con agua, con hielo, con arena y hojas, sacamos los rodados, armamos carpa y casita y alguna comidita.


Agradezco la cocina, que nos abrazó mucho, se volvió eje de reuniones, ritual gastronómico, desafío para probar cosas nuevas, oficina por poco tiempo, taller de arte largamente, momentos de juego, de baile y mucha exploración, tiene el mayor de horas de habitabilidad.

Agradezco el living, que tiene puntos en contra, el mal hábito del gato y la pésima elección de luminarias, pero el sillón nos congrega, ahí viven los títeres, los arrastres, la cocinita y algunos juegos que no solemos trasladar, en ese sillón alojamos 116 amigos nuevos y aunque nos da nostalgia rara verlo vacío, le tenemos estima de  saber que es nuestro  portal a la erosión de diferencias y la apertura de nuestra casa al mundo. Siempre somos felices cerca de ese sillón.

Agradezco mi pequeña-pequeña oficina, el lugar que podría ser el menos amigable, uno que siempre soñé, pero no termino de adecuar a mis necesidades. Ese armario donde se guardan mis proyectos y en estos días es el lugar donde estudio, trabajo, pero también donde me encuentro conmigo. Desde ahí es donde me voy, aunque estoy. Viajo a reuniones para las que me olvido que sigo en casa y me sumerjo en mi proyecto académico que por momentos me sostiene y por otros me tensiona. Ese rincón (literal) es parte de mi definición de este periodo especial del planeta.

Agradezco el baño, si. Me tomo unos renglones para agradecer al baño, porque Magui ya no usa pañal y lo está explorando todo el tiempo y porque Meri usa pañales ecológicos que vamos acopiando ahí. Porque en todos lados nos piden reforzar la higiene para evitar el contagio y porque una ducha es todo lo que hace falta para sanar cualquier rutina. Tener un baño con lo básico en marcha siempre es algo que agradecer.


Agradezco al dormitorio de las chicas, ese es un mundito aparte, tiene toda la magia que nos hace falta para jugar; desde la ventana con sol y enredadera, hasta el fueguito para leer cuentos en  la alfombra de pastito, las luces de colores con las que hacemos fiestas, la barra donde Meri  está empezando a caminar y las sillas bajitas con las que entrena para trepar, la puertita de ratón con la que inventamos historias, la biblioteca que fue la re protagonista de nuestros días, la mesa de dibujar, la cama de charlitas abrazadas antes de dormir y todos los chiches que nos llevan por las ocurrencias que compartimos desde la improvisación, es un lugar en permanente mutación y es una alegría poder contar con ese refugio para crecer en la fantasía.

Por ultimo agradezco a mi cuarto, el punto final, el lugar del caos, a donde llegar sin fuerzas y exigir que las fuerzas vengan, donde apilar pendientes y dejarlos cerca, por si los puedo avanzar desde la cama, la ropa que no sabe de qué clima sentirse, el calzado que lleva tres semanas sin ejercer, las bolsas con materiales para preparar sorpresas, los cuadernos con todo lo que siento necesidad de escribir, el guarda almohadas repleto de cosas incatalogables, las sillas que ya ni se ven y el placard luciendo papelitos que reordeno, tacho y tiro de cuando en vez.

Eso es mi casa, y si todo eso le agradezco al contenedor, mares de tinta no alcanzan para el contenido; desde Fede con su pasión para hacer cosas por la casa y su mágica gestión gastronómica, hasta KiaOra, el antigato con todo lo que se puede cuestionar y valorar de él, pasando por mis nenas que son las reinas del distanciamiento social y hacen disfrutable cada segundo de este forzado convivir en familia.

Como no estar agradecida al buen clima hogareño en el que me toca estar en casa, justo en un momento que desde acá tengo tanto por hacer, justo cuando ellas, él y yo podemos disfrutarnos y sentir que cada día esta donde tiene que estar.
Agradecer salud de los que viven acá y de los que entran por la ventana de teléfono y computadora a hacer que estemos juntos sin cruzar la puerta.
Agradecer que le encontramos la vuelta y la estamos llevando muy bien, que no nos cuesta convivir, funcionar en equipo, dividir roles, relevarnos en las tareas. Agradecer que mi abuela aprendió a contestar  videollamadas, que mis papas se entienden entre ellos, que mis hermanos están a gusto en sus casas, que mi trabajo se pudo adaptar y no tuvo que detenerse, agradecer que no hace nada de frío ni insoportable calor, agradecer que las autoridades lo están haciendo bastante bien.

Agradecer por todo y por todos. Gracias a mi… que me sé adaptar bastante.


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