No entiendo la omisión del diagnóstico




Nos encontramos en una sociedad que ante un dolor de cabeza acude a una farmacia en busca de analgésicos en lugar de acudir a un profesional que diagnostique el origen de la dolencia y el problema que este síntoma está tratando de evidenciar.
Así con todo.


De la misma manera que la domestica automedicación opera en nuestros contextos cotidianos, al momento de hacer un cambio profesional, emocional, en la rutina personal o en una política pública, nos empeñamos en aplicar con mucha atención soluciones sin hacer un paseito por las causas.

Así estamos, en medio de nuevas frustraciones que en mucho dificultan el objetivo trazado (en el maravilloso caso de que lo hubiera)
Vamos por la vida a puro parchecito, sin mirar para atrás, sin revisar de donde vienen nuestros golpes, tropiezos, sacudones o incluso felicidades.

¿De qué hablamos cuando decimos diagnóstico?
Estamos completamente acostumbrados a restar importancia al proceso de diagnosis que es de capital relieve al momento de operar un cambio o plantear una modificación o solución a un problema concreto.
Es cierto.

Largo, tedioso y multivariado en sus abordajes, el diagnostico es un complejo proceso de acercamiento a las causas de cada situación en el que mapeamos el territorio del problema tratando de hallar las causas del mal que buscamos revisar.

¿Que nos dice una sociedad que no soporta la diagnosis?
Nos habla de una soberbia, de una caprichosa actitud de saber siempre que está pasando y como revertirlo, de no necesitar la mirada del otro, la palabra del otro, la opinión ajena o la sencilla revisión de la complejidad de cada escenario.

No entiendo como no le damos importancia a mirar como venimos para definir como seguimos. Sobran los ejemplos... faltan los diagnósticos.


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